
lunes, 11 de julio de 2011
Ausencias... Distancias

domingo, 10 de julio de 2011
Noticias
La emotiva muestra “Ausencias” del fotógrafo argentino Gustavo Germano, quedó formalmente inaugurada en el Teatro Auditorium en homenaje a las víctimas de la última dictadura militar y como parte de las actividades conmemorativas del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia.
Ante numeroso público que colmó el Foyer del Auditorium y acompañó el desarrollo del acto, el director del Centro Provincial de las Artes, Gustavo Giordano, agradeció la presencia de Germano que arribó especialmente a Mar del Plata para la inauguración de la exposición de fotografías en días de tanta significación para el pueblo argentino.
Representantes de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, como así también referentes de entidades de derechos humanos y funcionarios y concejales locales prestigiaron con su presencia la apertura de la muestra.
Al acto también asistió Montserrat Sitjá Gilbert, representante de la delegación del gobierno de Cataluña en la Argentina que patrocina la muestra de Germano que fue presentada en numerosas ciudades del mundo. Así la delegada española calificó de “desgarradora la historia detrás de cada de las imágenes, que representan el asesinato de los sueños y las familias”.
Por su parte, Antonia Acuña de Segarra de la delegación local de Abuelas de Plaza de Mayo, se mostró conmovida y agradecida al Teatro Auditorium y su director por el “permanente compromiso con la causa de las Abuelas y su lucha por la búsqueda de los nietos que es continua e incansable”, dijo.
En representación del Concejo Deliberante fue la edil Verónica Bereciarte quien concurrió al Teatro Auditorium para expresar el “honor que significa para Mar del Plata la presentación de la muestra tanto por lo que representa para la historia de la vida institucional del país, como en quien repara”.
Finalmente el fotógrafo Gustavo Germano agradeció a todos quienes hicieron posible la concreción de la muestra porque “forman parte de quienes estamos comprometidos con la lucha, la verdad y la justicia”.
La intención de “Ausencias” es “trabajar sobre la visibilidad de los desaparecidos y mi obra ya es de todos ustedes que se emocionaron con ella”, dijo el fotógrafo.
Esta presentación significó la inauguración oficial del CCMHC, un generoso espacio totalmente remodelado que ocupa uno de los edificios del predio de la ex Esma.
Enlaces: Página 12

jueves, 16 de diciembre de 2010
Recordaron a Guillermo Germano

En la ceremonia, sencilla y emotiva, participaron los trabajadores del Registro Único de la Verdad, ex presos políticos, militantes de Hijos y de diversas agrupaciones peronistas y familiares y amistades de Mencho.
Uno de los momentos de mayor emotividad se dio cuando Gustavo Germano, desde Roma, intentó enviar un mensaje a través de videoconferencia, pero las lágrimas producto de la emoción impidieron que continuara con la lectura de un escrito. Minutos después, el fotógrafo retomó las palabras para saludar a los presentes y evocar la lucha de su hermano, haciendo hincapié en la necesidad de continuar con su legado.
También le dedicaron su homenaje militantes de distintas agrupaciones políticas y ligadas a los derechos humanos. Entre ellos, Matías Germano, sobrino de Mencho e integrante del Registro Único de la Verdad, destacó la visión política de Guillermo, por entender cuándo era el momento preciso para iniciar las querellas a los responsables de los crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura militar. Esa iniciativa permitió la restitución de la identidad de Sabrina Gullino en 2008 y la reciente elevación a juicio oral de la causa Hospital Militar.
La propia Sabrina Gullino también evocó la memoria de Germano, e instó a seguir la tarea con el optimismo que Mencho le aplicaba a la vida. En misma sintonía habló el hermano de Gullino, Sebastián Álvarez.
Al término del acto, los presentes descubrieron una placa en la que se inmortaliza a la sede del Registro Único de la Verdad como “Lugar de encuentro Guillermo Mencho Germano”.
sábado, 27 de febrero de 2010
Adiós a Guillermo Germano
Con Guillermo iniciamos la militancia apenas comenzados los '80, y juntos recorrimos en el ‘86 el sur de Argentina trabajando para juntar el dinero con el que nos embarcamos en un viaje que nos llevaría, a lo largo de seis meses, desde Paraná hasta Managua (Nicaragua), pasando por Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Costa Rica. En 1997 compartimos seis meses trabajando codo a codo en la realización de “Los Eternautas”. Desde aquellos años nos encontramos en muchos puntos del camino. El último fue “ausencias”. Su trabajo en, y desde, el Registro Único de la Verdad fue fundamental e indispensable en el desarrollo de 'Ausencias'.
Tengo mucho más para decir de él, pero valga destacar la herencia que dejó y que le permitió decir que se iba conforme con el camino andado. Ésto es, ni más ni menos, lo que expresan las palabras de HIJOS que transcribo a continuación.
Con su asombrosa prepotencia de trabajo, nos demostró a nosotros y a muchos otros que lo imposible solo tarda un poco más, y que aquello que formaba parte del imaginario social local, de que en Paraná no había sucedido nada, solo era cuestión de hurgar en el corazón de una sociedad que muchas veces decidió callarse, pero que finalmente entendió que era el momento de hablar.
Así fue como entendimos al Registro Único de la Verdad como la trinchera desde dónde había que trabajar las causas de los delitos de lesa humanidad cometidos en todo Entre Ríos. Poco a poco fuimos viendo los brotes… las familias y los compañeros sobrevivientes se presentaban como querellantes, impulsando la reapertura de las causas olvidadas tras el manto de impunidad de los 90, abriéndose otras nuevas causas en la ciudad de Paraná, y en el resto de las provincias.
Fueron más de 5 años de intenso trabajo, en los cuales se hicieron visibles iniciativas como Teatro por la Identidad, Música por la Identidad, Festivales repudiando la Impunidad, Muestras de Arte y Fotográficas como lo fue AUSENCIAS, un proyecto que el Mencho hizo propio transformándose en un imprescindible para llevarlo a buen puerto.
A fin del año pasado compartimos la felicidad de encontrar a nuestra hermana Sabrina Gullino, quien pudo restituir su identidad a partir de aquélla “loca” denuncia en la que nadie confiaba y que el Mencho contra todos los pronósticos, supo defender plantándose en la convicción de que aquí en la ciudad de Paraná, a solo 10 cuadras del centro funcionó una maternidad clandestina, en el mismo Hospital Militar. De esta forma se hacía aún más evidente que lo que aquí sucedió fue una dictadura CÍVICO- MILITAR, abriéndose el camino de nuevas denuncias de niños, hoy jóvenes, que allí habrían nacido.
Año en el que también festejamos las primeras órdenes de detención y tuvimos a los primeros 5 genocidas tras las rejas por causas radicadas en la provincia. Luego vinieron otros: Moyano, Appiani, Appelhans, Bidinost, Díaz Bessone, Rivas, Zapata, Balcaza, Obaid… y seguirán muchos más, y tras ellos iremos, porque supo transmitirnos el sentido de su lucha, nuestra lucha con las convicciones que enarbolaba como bandera.
Guillermo “Mencho” Germano con su personalidad sin grises, supo generar profundos odios pero también grandes e inolvidables amores. Desde la Agrupación H.I.J.O.S. queríamos despedirnos de esta manera aunque nos cueste encontrar las palabras justas, palabras que traten de expresar el sentimiento que nos invade al saber que aunque ya no estés con nosotros, siempre estarás caminando a nuestro lado, alentándonos a no abandonar nunca el objetivo por el que los 30.000 dejaron su sangre en el pueblo. Más temprano que tarde, sin reposo, estaremos juntos peleándola hasta la victoria, siempre!
Ni un paso atrás, adelante Mencho!
Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio
Regional Paraná
www.hijosparana. blogspot. com
lunes, 11 de mayo de 2009
Algunas historias de Ausencias
María del Carmen Fettolini, 29 años
Maria Eugenia Amestoy, 5 años
Fernando Amestoy, 3 años
La familia Amestoy es asesinada el 19 de noviembre de 1976

Omar Darío nace el 4 de enero de 1945 en Nogoyá (Entre Ríos).
En la fotografía es domingo. Omar y su hermano Mario Alfredo han salido con sus familias al campo. Primavera de 1975. Un día de pesca y asadito en el puente de 'lo Navarret'.
Cerca del camino está el arroyo donde hoy nadie pesca.
Estoy sentado en un margen, principio del horizonte curvo que veo. Campos, arbustos y algunos árboles presencian tiempos felices y hogareños. Eso quiero creer.
Espero a mi amigo con la camisa blanca embolsada sobre mis rodillas.
Atento, me sorprende cómo, poco a poco, miles de caminos surcan los pastos. Caminos dibujándose con el rodar de muchísimas bicicletas. Cada vez más. Desde el horizonte hasta el chirriar del pedal y el graso engranaje cuando se acercan. Algunas se me cruzan. No cruza cuí alguno. Solo ciclistas con camisas blancas como la que me pidió mi amigo.
Es secuestrado junto a su mujer y sus dos hijos el 2 de noviembre de 1976 en Resistencia (Chaco). En septiembre de 2007, Raúl María continúa detenido-desaparecido.


El blanco jacarandá de la alianza (por Jaume Mestres)
Al final del modesto pasillo donde están las celdas del seminario se encuentra el jardín de los jacarandás. En uno de ellos las flores siempre brotan blancas y contrastan con los violáceos del entorno. Tiempo atrás este jacarandá era igual a los otros.
Unos seminaristas escondieron una alianza en su tronco. En esta alianza se grabó: «No hay amor mas grande que dar la vida por los amigos. Jn, 15, 13».
Supo de la hazaña el temido monseñor director del centro, quien ordenó encontrarla. No toleraba acción alguna que no se acordara con la disciplina establecida. Dispuso le llevaran la alianza y, si era preciso, por ejemplo, talar el jacarandá. Por el empeño quedó de él un débil y mutilado madero sin resolverse el propósito. Los chicos fueron expulsados.
Extrañezas de la naturaleza, los dos siguientes años fueron los más lluviosos que se recordaban y por abono de estrellas el jacarandá rebrotó con fuerza. En tan corto tiempo retomó su recordada forma y desde entonces sus flores nacen blancas. Con los vientos, sus pétalos vuelan fuera del seminario. Maestras jardineras y gurises andan hacia allí a recogerlos en augurio de felices promesas.
Es asesinada junto a su marido el 7 de enero de 1977 en Rosario (Santa Fe). En septiembre de 2007, la familia sigue reclamando justicia.
María Irma nace el 3 de febrero de 1954 en Paraná (Entre Ríos). Irma estudia en la Facultad de Ciencias Agrarias. Es militante de la Juventud Universitaria Peronista. Será suspendida como alumna el 23 de abril de 1976 por el decano normalizador militar de la Universidad de Entre Ríos. Ante el terrorismo de estado, Irma y su compañero –ambos montoneros– pasan a la clandestinidad.
A las cinco y media de la madrugada del 7 de enero de 1977, las fuerzas dependientes del Segundo Cuerpo de Ejército bombardean la vivienda del 1.618 de la calle Cullen de la ciudad de Rosario. La destruyen por completo. Irma y Omar son asesinados. Su hijo de un mes y medio de vida sobrevive milagrosamente a la masacre. Martín Fernando pasará al cuidado de su tía Susana, quien lo criará. Hoy, él es militante de la Regional Paraná de la agrupación Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS).
En la foto, Irma sonríe al lado de su hermana Susana una tarde de primavera de 1970. Están a punto de salir. Son amigas inseparables desde pequeñas. La foto es tomada por el mayor de sus trece hermanos.
Como sucedió en el terremoto de San Juan se rompieron los espejos.

1969

En julio de 1976 es detenido durante nueve días en el centro clandestino de detención (CCD) del Escuadrón de Comunicaciones del Ejército en la ciudad de Paraná. Una vez puesto en libertad se traslada a la ciudad de Rosario, donde vive clandestinamente. El 18 de diciembre de 1976 acuerda una cita para encontrarse con sus padres. Veinticuatro horas antes es secuestrado por personal del Ejército Argentino y de la Policía de la Provincia de Santa Fe.
Durante días será torturado en el CCD, conocido como «El Pozo», que funciona en los sótanos de la Jefatura Central de Policía. Según la investigación realizada por su hermano Guillermo en los años inmediatamente posteriores a la dictadura, y contrastada recientemente por el Museo de la Memoria de Rosario, Germano fue asesinado el 23 de diciembre de 1976. Esa noche el propio Jefe de la Policía de Rosario, Comandante de Gendarmería, Agustín Feced, organiza un simulacro de atentado en el barrio de Fisherton en el que hace estallar los cuerpos torturados de Eduardo Raúl y su compañera. Según la información del Museo de la Memoria, Eduardo Raúl, “el Mencho”, fue enterrado el 4 de enero de 1977, sin identificación, en el cementerio de La Piedad y trasladado más tarde a un osario común.
La foto se realiza en un estudio fotográfico próximo a la frontera con Uruguay. La familia va de vacaciones. La policía argentina reclama una foto carné de los chicos para permitirles cruzar la frontera. Su padre decide hacerles una única foto. Sobre fondo blanco, de menor a mayor. No sin cierta reticencia, finalmente aceptan la instantánea, que sellan y grapan. Los Germano pasan la aduana. Hoy en día es una de las pocas imágenes que la familia conserva de los cuatro hermanos juntos.
Me contó un refutador disidente de Dolina que por la ruta 9, detrás de un trucho restaurante al paso, hay una sórdida gomería. En su descuidado patio, entre parches, nafta, puchos y gomas rotas, husmeaban dos perros. Uno atado y el otro sin atar.
En un viaje hacia el norte antes del digital, el hombre esperaba apoyado en su rengo 600 para reparar la rueda. Fresco de nubarrón, sólo pensaba en pisar el acelerador y partir de una vez. De la nada se le acercó un flaco y elegante señor, cámara fotográfica en mano, quien le propuso retratarle allí mismo a cambio de dos “pesos ley”. Lejos de una típica plazoleta de San Telmo y sin entender le titubeó la negación y el porqué de tanta joda… “Da por cierto que en mi foto podrás encontrar algo que buscás”, le contestó.
Seducido, posó, y en un giro el flaco le abanicó la fotografía del revés. Se esfumó como llegó... Seguro de un engaño le dio vuelta a la foto y se sorprendió al verse posando en un lindo jardín, donde jugueteaban los dos perros libremente y le brillaban sus pupilas azul celeste al sol.
Clara Atelman de Fink
La escena es de una extrema felicidad. La madre está allí, de pie, mirado al hijo. Uno de los brazos del hijo está acodado sobre la mesa, el otro, oculto, parece estirarse hacia adelante hasta alcanzar la perilla de una radio. La mirada del hijo podríamos decir que está orientada hacia el dial y que su mano se encuentra, en el momento en que el obturador de la cámara fue disparado, buscando su estación favorita.
La madre está allí, a su lado, mirando al hijo, solo mirándolo con una leve sonrisa. Detrás hay unas cortinas floreadas, una puerta que seguramente dará a un patio y nada más.
La escena es también de una extrema intimidad. Todo está concentrado en ese espacio hogareño que podemos deducir es la sala o el típico comedor diario de una casa de clase media obrera argentina de los años setenta.
Quien sacó la fotografía no logró establecer los balances de luces y de oscuridad necesarios, porque hay zonas de la escena que aparecen como saturadas. La mesa por ejemplo. La madre tiene apoyadas sus manos sobre el borde de la mesa, pero no vemos sus manos, y esa misma saturación lumínica ha borrado hasta confundir los elementos que además de la radio están sobre la mesa.
La escena es de una extrema felicidad no porque allí esté ocurriendo algo especial, un acontecimiento que provoque la alegría de los dos retratados sino porque la atmósfera devuelve, a quien mira esta foto, la idea más aguda o más extrema de esa sensación que nos sobrecoge, cuando en medio de lo cotidiano, nos sorprende la sensación de sentir que somos felices.
Sabemos quién ha tomado esa fotografía porque al pie de ella se dice que “el padre Efraín, aficionado a la fotografía, tomó y reveló esta instantánea”. La explicación al pie no es ociosa. El carácter aficionado del fotógrafo explica lo rudimentario del procedimiento fotográfico. Pero algo más, ese dato completa de algún modo, el sentido familiar e íntimo de esa escena.
El padre no está con su cuerpo presente pero es él quien sostiene para la posteridad la fuerza de esa escena. El padre estaría, en ese lejano día o tarde de 1974 en que fue sacada la foto, del mismo lado en el que nosotros estamos hoy mirando la fotografía, ubicado en el ángulo extremo de un triángulo equilátero cuya base estaría conformada por la línea que va de la madre al hijo. El padre mira a ambos, la madre al hijo y el hijo posa sus ojos fuera de ese cruce de miradas.
Es imposible saber con exactitud la hora en que fue sacada la fotografía , pero todo indicaría, por la fuerza oblicua de la luz que se proyecta desde fuera, por su intensidad cayendo sobre uno de los costados del cuerpo del hijo y sobre parte de la mesa, que es el mediodía o las primeras horas de la tarde. Podríamos imaginar que fue obtenida un sábado o un domingo, luego del almuerzo. Que la mesa ya fue recogida, que la madre ya se ha vestido para salir y que en ese ínterin el hijo ha querido escuchar la radio y que entonces el padre ha llamado a su mujer para retratar ese instante que tiene las formas de una trinidad amorosa.
El padre ha querido, ensayando con su cámara, retratar ese instante de beatitud hogareña: la mesa limpia, despejada, la tranquilidad de los gestos, la disposición de los cuerpos, indican o hablan de ese sosegado paréntesis que ese núcleo familiar está viviendo en ese instante.
Ambos sonríen, pero en el rostro de la madre es donde la sonrisa se hace más evidente porque en el del hijo, la luz, al dar de costado, desdibuja el gesto, en especial sus labios que quedan atrapados en el blanco lumínico que se proyecta desde una ventana que no vemos.
Nada hace disturbio en la escena. El fotógrafo aficionado ha logrado atrapar no solo la sencillez de ese hogar sino la tranquilidad que lo habita. Es como si hubiera querido decirnos (o decirse a sí mismo al revelar la fotografía) que ese territorio familiar está en sosegado equilibrio. La mirada de la madre lo confirma: mira sonriente al hijo con un dejo de candidez y confianza. Algo del orgullo ( por la heredad) parece proyectarse allí, como si al mirarlo estuviera diciéndonos (o diciéndose a sí misma): este es el hijo que tengo, el fruto de mi vida.
Sacar esta fotografía no parece haber significado para ninguno de los dos fotografiados ni para el fotógrafo que la obtuvo una ceremonia o un acto previamente ensayado. Hay un dejo de espontaneidad en la ausencia de pose, en el hecho de no mirar a la cámara. El fotógrafo parece haberles avisado que la fotografía iba a ser tomada pero de seguro prefirió pulsar el disparador en el instante más natural, anulando cualquier pretensión de solemnidad en la escena.
Es como si el fotógrafo aficionado hubiera dicho: quiero atrapar con mi cámara esto que naturalmente transcurre paredes adentro de mi casa. Intima celebración de lo mínimo anudada en el afecto de la madre hacia el hijo pero también del padre hacia ambos. Ausente de la fotografía, el padre testimonia la armonía de ese vínculo familiar.
Hay algo en esta fotografía que la vuelve pictórica: la indefinición de los contornos. El efecto de la luz solar aleja a esta fotografía de esos retratos en los que el retratista busca detectar la exactitud y singularidad de los rostros y los espacios fotografiados. Es que al fotógrafo aficionado, más que la presencia de esos dos cuerpos en torno a la mesa, le ha interesado transmitir la atmósfera afectiva, armónica, en la que esos cuerpos están instalados, algo de aquello que Charles Baudelaire buscaba de manera infructuosa en la Paris de finales del siglo XIX y que dejó como testimonio en una carta dirigida a su madre. En ella le cuenta que ha estado buscando alguien que los retrate juntos, pero que hasta ahora ha fracasado en el intento: "la mayor parte de los fotógrafos tienen manías ridículas: consideran una buena fotografía, aquella en la que todas las verrugas, todas las arrugas, todos los defectos, y todas las trivialidades del rostro se hacen visibles: cuanto más dura es la imagen, más contentos quedan ellos", escribe Baudelaire[1]. Digamos que el autor de Las flores del mal buscaba lo que el fotógrafo aficionado logró en esta fotografía: no la representación fidedigna de los rostros y las formas, sino la atmósfera que los rodea, la narratividad de la escena por sobre el testimonio cerrado de lo real que se ofrece a los ojos.
Hay pocos objetos tan fuertemente melancólicos como las fotografías. Acaso porque en ellas se cifra el deseo desmesurado e imposible que los humanos tenemos de pretender atrapar aquello que sabemos que irremediablemente habrá de escabullirse de nuestras vidas. A pesar de ser un procedimiento puramente mecánico y a pesar también de que no seamos conscientes de ese efecto que estamos creando al sacarlas, el incipiente germen de la melancolía nace en el instante inmediatamente posterior a haber revelado las fotos, e irá acrecentándose con el paso del tiempo: cuánto más alejado estemos de ese paisaje, de la juventud de esos rostros, de la intensidad de esas miradas, de la candidez de esa escena, más poderoso se volverá el poder melancólico y más despiadado será esa sensación con nuestro alma.
Es imposible que el fotógrafo aficionado que obtuvo esta fotografía en una tarde o mediodía de 1974 no haya sabido o intuido esto. Toda la fuerza de su empeño está puesta en conservar para el mañana esa atmósfera íntima y familiar que él sabe que en pocos años más habrá de evaporarse: la madre envejecerá y el hijo abandonará el hogar. Al menos eso dictan las leyes naturales y culturales en las que esa familia se ha formado y se ha constituido. El fotógrafo aficionado que obtuvo esta fotografía sabía, en el momento preciso de obtenerla, que estaba generando un territorio eficaz para su futura melancolía y la de los suyos.
2.
Treinta y dos años más tarde de aquél mediodía o tarde de 1974 en que el fotógrafo aficionado registró la escena de la madre y su hijo, Gustavo Germano vuelve a ese mismo sitio en el marco de un proyecto inspirado en la idea de reproducir fotográficamente escenas que pongan en evidencia el impacto que la desaparición forzada de personas perpetrada entre los años 1976 y 1983 ha tenido sobre los grupos familiares y afectivos.
Clara Alteman de Fink abre las puertas de su casa para que Germano cumpla una etapa más de su proyecto y allí, en la misma sala donde la madre custodiaba con su mirada el hacer de su hijo en el pasado, él propone sacar nuevamente la fotografía que de cuenta del hiato producido por el paso del tiempo y la tempestad desatada por los vientos de la Historia.
La nueva escena, a diferencia de la primigenia, posee cromatismo y el fotógrafo no es un aficionado al arte de la fotografía sino un experimentado artista que se esmera y cuida hasta los más mínimos detalles. La propuesta que le hace a los protagonistas ( en este caso a Clara Alteman) es que reproduzcan el gesto del pasado en el mismo lugar en el que la primer fotografía fue obtenida. Es, lo sabemos, la misma consigna, para todas y cada una de las tomas que conforman el proyecto Ausencias.
Clara Atelman de Fink ya no es, lógicamente, la mujer joven que su marido retrató con candor en la fotografía monocroma. En 2006 ya es una mujer adulta que parece alcanzar casi la octava década de su vida. El lugar del hijo está vacío, solo se ve el respaldar de una silla y la mano izquierda de la madre posándose sobre el borde superior.
Todos los contornos son nítidos, los objetos tienen espesor, a diferencia de lo que sucede en la fotografía de 1974 en la que todos los elementos que componían la escena parecían estar en un proceso de evaporación.
Las palmas de las manos de Clara Alteman son visibles y recién ahora, 32 años más tarde, percibimos que sus manos son grandes, sobre todo la derecha que está dispuesta sobre la mesa, como adelantándose a su cuerpo. También podemos diferenciar el objeto de vidrio o de cristal que esta sobre la mesa, el mismo que aparecía en la foto antigua corroído o devorado por la luz. Se trata de un centro de mesa con formas onduladas, vacío.
A diferencia de la foto antigua se hace difícil saber a qué hora del día Germano obtuvo la nueva fotografía. Hay en ésta, una preeminencia de la luz invadiendo toda la escena lo que permite que los objetos adquieran una realidad de la que carecen en la foto antigua, mostrándolos en su plena realidad. Nada parece ser, nada debe adivinarse o imaginarse. Lo poco que hay, está allí. El mantel, el centro de mesa, los objetos que adornan la pared. No hay misterio detrás o delante de ninguno de los objetos, ni mucho menos en el cuerpo de la mujer que está ubicada en el centro de la escena.
Ella está de pie, firme, frente a la cámara. No hay en esta fotografía naturalidad alguna, el cuerpo está rígido como esperando el instante del clik del obturador. La sonrisa tenue de la mujer joven, se ha borrado.
Tampoco está sobre la mesa en la que falta el hijo, el aparato de radio. Podemos imaginar que fue desechado por el paso del tiempo, pero junto al cuerpo del hijo ausente es la radio el objeto faltante, el único objeto de la fotografía antigua (también velado en ella) en la que el hijo depositaba su mirada.
Germano seguramente instruyó a la mujer en el modo que él deseaba que se reproduzca la escena, sin embargo, y a diferencia de la mayoría de los otros pares de fotografías que componen la serie Ausencias, en ésta, la protagonista parece haber traicionado el deseo del fotógrafo al girar su rostro hacia la cámara, como imposibilitada de remedar el gesto que en la foto antigua hacía que sus ojos miraran con delicadeza el gesto de su hijo.[2]
Arrebatado de su lado, la dimensión de la ausencia del hijo concentrada en el espacio vacío de la silla, no puede ser observada, acaso por temor al derrumbe que implicaría para ella reproducir una escena de carácter imposible. ¿Cómo mirar lo que no existe?
Clara Alteman tiene a su lado el vacío, y al no mirarlo, le da, a esa espacialidad, (¿lo sabe ella?) una contundencia difícil de describir si no es con ese gesto de firmeza.
Podríamos arriesgarnos a decir que la foto de Germano hace su punctum en ese centro velado (muerto) que es el ojo derecho de Clara Alteman, un ojo socavado por la ceguera y que ella no disimula, sino que por el contrario, lo ofrece a nuestra mirada. No hay quien al ver la reconstrucción fotográfica de esa escena no se detenga con cierta inquietud en ese detalle fisonómico que la mujer porta o carga. Hueco a través del cual todas las imágenes e ideas que despierta la visión de esta escena parecieran confluir, drenadas en él, como si se tratara de un pozo ciego que se ha tragado lo visible.
El segundo elemento restante es la otra ausencia, no la del hijo, sino la del fotógrafo aficionado que sacó la primer foto. No estaba en ella, pero ocupaba, podríamos asegurarlo, el vértice de un triángulo, de una trinidad familiar que aún invisible, sostenía la fotografía desde su ausencia. Ahora ya no hay cruce de miradas posible. No hay padre, marido ni hijo. De la candidez de la escena primigenia solo ha sobrevivido un centro de mesa vacío y un ojo ciego que mira a una cámara sostenida por un extraño.
Aunque todo brille frente a nuestra mirada en la tersura que nos ofrece el papel fotográfico, lo que hay allí, en esa escena, es una ruina. Y esa mujer, que como un Cíclope se yergue en el centro de la escena, mirándonos fijo, con su único ojo vivo, el testimonio irrefutable de la aborrecible perversidad con que la dictadura se descargó, sin piedad, sobre el cuerpo y el alma de miles de familias argentinas.
Rubén Chababo. Director del Museo de la Memoria. Rosario (Argentina)
[1] Baudelaire, Charles. Cartas a la Madre, Ed. Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1993
[2] Luego de conocer la lectura de esta fotografía, Gustavo Germano, evocando el backstage de esta toma, dijo ” en las primeras fotos que le saqué, ella estaba mirando el lugar vacío, pero algo no cerraba, hasta que le pedí que me mirara y entonces se me puso la piel de gallina. Nunca olvidaré ese momento, su actitud, el convencimiento de lo que Clara Atelman reclamaba con su mirada”. Creemos que este señalamiento, lejos de anular la primera interpretación, refuerza la sensación de presencia de ese vacío que intuimos ella está sintiendo en ese instante.
[3] John Berger. “Entender una fotografía” en Sobre las propiedades del retrato fotográfico. Citado en el Prólogo al catálogo de la muestra Ausencias
sábado, 25 de abril de 2009
Y... la bola crece
Directora adjunta de Casa Amèrica Catalunya
Recuerdo el impacto que me hizo –hace ahora más de un año- leer la propuesta de Gustavo Germano; un fotógrafo argentino afincado en Barcelona, a quien no conocía. Apenas tres folios. Una idea edificada sobre un concepto bello y simple. Limpio. Sin artilugios, ni intencionalidades efectistas. Contundente en su perfecta sencillez. Gustavo Germano no necesitó un book de fotos para convencerme; proponía enfrentarse al dolor a través del intangible. Sin artificios. Quería ubicar fotográficamente a quien ya no está: la ventaja del arte como canal de cambio, de comunicación, de convencimiento, de emoción, de rebeldía, de militancia para con el recuerdo.
Cuando al cabo de tres meses Germano regresó de la provincia argentina de Entre Ríos con las primeras pruebas, el dolor ajeno me encerró en agua los ojos. La sensación duró segundos. Curioso, pensé. Yo ya estaba preparada para lo que iba a ver. ¿O no? Son sólo dos fotografías juntadas en una misma página. Dos hombres jóvenes saltan. Un hombre canoso salta. El mismo campo. El mismo verde.
Ausencias. Esta exposición conmueve, remueve, provoca, hiere en lo profundo, sintoniza con el público en una frecuencia universal. Emociona. Ese es su acierto. Su magnífico potencial. Desde el Conseller de la Generalitat de Catalunya, Joan Saura, hasta la diputada chilena Isabel Allende, pasando por el cantautor uruguayo Jorge Drexler o el cineasta catalán Manuel Huerga, la argentina responsable en materia de Derechos Humanos, Judith Said, el “luthier” Carlos Núñez Cortés, el escritor venezolano Luis Britto García, el dibujante gráfico brasileño Ziraldo Alves, el escritor y periodista argentino Horacio Verbinstky o el secretario general iberoamericano, el uruguayo Enrique Iglesias. Y tanto público que no ha dejado su nombre de pila pero sí sus emocionadas impresiones. 'Ausencias' no deja a nadie indiferente. Es imposible. Las fotografías, sus similitudes y diferencias, consiguen – una y otra vez - un pedazo de silencio, de tiempo suspendido, de interior.
'¿Por qué una institución como Casa Amèrica Catalunya apuesta por una exposición tan política?' me preguntaron en una entrevista. Tuve que repetirme la pregunta mentalmente varias veces. Sí claro, 'Ausencias' es una exposición política. Incluso; 'tan política'. Pero esa no es su carta de presentación, ni tampoco el poso que deja cuando abandonas la sala. 'Ausencias' es sobretodo una exposición ciudadana o de ciudadanos que se exponen. Esposas, hermanos, cuñadas, hijas, madres, amigos: ciudadanos y ciudadanas que un día vivieron el infierno de la violencia que ejerció contra ellos el gobierno de su país. Ciudadanas y ciudadanos que con su actitud cómplice y militante dicen: estoy aquí para que veas quien no está, practico el recuerdo para que el silencio no gane la partida, por eso me expongo y me dejo fotografiar.
Más allá de los evidentes posicionamientos políticos, ante las fotografías del álbum familiar de allá, el ciudadano de acá reflexiona, reacciona desde un universo que justo acaba de compartir. 'Ausencias' trabaja con un material sensible: la fotografía que inmortaliza lo cotidiano, lo pequeño, lo propio. Un material ante el cuál es imposible permanecer insensible. Por eso 'Ausencias' cosecha tan calurosas acogidas, por eso convence de manera tan abrumadora. Y por eso hemos recibido tantas felicitaciones por 'Ausencias'. Porque si algo ha conseguido Gustavo Germano con su apuesta conceptual es acercar el horror a los más cotidiano. Sin estridencias. Sin espectáculo. Sin escenificaciones de impacto.
A partir de finales de diciembre, "Ausencias" dejará la capital catalana y empezará un largo viaje: Madrid (Casa de América/enero), Lleida (14ª Mostra Cinema Llatinoamericà/marzo), Buenos Aires (Centro Cultural Recoleta/febrero), Paraná -Entre Ríos- (Museo Provincial de Bellas Artes/abril), Palacio de la Moneda (Santiago de Chile/julio), Museo Difuso della Resistenza (Turín/mayo). Y la lista sigue aumentando: Rosario (Museo de la Memoria), Asunción de Paraguay, Cornellà, Sant Joan Despí… Cada nueva visita que recibimos propone una nueva itinerancia para la exposición.
En la capital de la República de Argentina, AUSENCIAS será inaugurada, el 26 de febrero por la nueva presidenta electa argentina Cristina Fernández de Kishner. En abril la exposición “regresará” a Paraná, donde la gente del Registro Unico de la verdad, de la Agrupación HIJOS (regional de Paraná ) y de AFADER podrán compartir con Gustavo Germano la materialización del trabajo y apoyo que le brindaron –en todo momento- desde hace año y medio atrás. En julio, en Santiago de Chile, La Fundación Allende buscará la complicidad de la presidenta Michele Bachelet para que abra esta muestra. El Museo Difusso de la Resistenza de Turín quiere traducir el catálogo de la exposición (actualmente en versión bilingüe catalán/castellano) al italiano. 'Ausencias' no para de sumar complicidades. Como diría Gustavo Germano: 'y… la bola crece'. Porque la propuesta conceptual de 'Ausencias' consigue comprometer al visitante desde el primer minuto. Y con su planteamiento golpearnos en los más profundo del subconsciente mientras nos cuenta que practicar la memoria es un ejercicio de coraje y de honestidad, no de rencor. Y ahí es donde la lección de 'Ausencias' va directa al estómago, al cerebro y al corazón.
Una playa en blanco y negro. Dos cuerpos tumbados en luna de miel. Una playa en color. Mar. Arena.
Ausencias.